Seguro que habréis oído muchas veces el siguiente acertijo: Un hombre se muere y va al cielo. Allí se encuentra a todas las personas que han muerto, pero están desnudas. De repente, se topa con una pareja de jóvenes e inmediatamente se da cuenta de que son Adán y Eva. ¿Cómo lo supo? Creo que todos sabéis la respuesta: no tenían ombligo.
Seguramente, encontraréis esto como una trivialidad, que es una pregunta irrelevante o que se tiene que tomar en sentido metafórico. Pero cuidado: para los que creen que la Biblia es históricamente exacta esta no es una pregunta trivial: si Adán y Eva no tenían ombligo, no eran seres humanos perfectos; pero si los tenían, entonces los ombligos implicarían un nacimiento con parto que ellos jamás experimentaron.
Ha sido un tema que ha preocupado a diferentes personas a lo largo de la historia. Bruce Felton y Mark Fowler son los autores de The Best, Worst and Most Unusual (Galahad Books, 1994). En este interesante libro de referencia, dedican varios párrafos a lo que ellos llaman “la peor disputa teológica”. Según estos dos autores, en 1752 se publicó en Alemania el tratado definitivo sobre el tema. Se titulaba Untersuchung der Frage: Ob unsere ersten Uraltem, Adam und Eve, ciñen Nabel gehabt. Tras discutir todos los aspectos de esta difícil cuestión, el autor, el doctor Christian Tobías Ephraim Reinhard, llegaba por fin a la conclusión de que la famosa pareja carecía de ombligo.
Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, pintó a Adán siendo creado por el dedo de Dios, y tiene ombligo. En 1857 (dos años antes de aparecer el famoso Origen de las Especies, de Darwin), un zoólogo británico llamado Philip Henry Gosse publicaba Onfalo: Un intento de atar el nudo geológico (omphalos es una palabra griega que significa “ombligo”).
Gosse intentaba reconciliar esa clara contradicción entre el Génesis bíblico y el registro fósil. Si Dios había creado a Adán y Eva con ombligo, implicando un parto que jamás había tenido lugar, ¿no podía, con la misma facilidad, haber creado un registro de historia de la vida en la Tierra que jamás había existido, excepto en la Mente Divina? Comprendió que no era una mera cuestión de ombligos: Adán y Eva tenían huesos, dientes, pelo, uñas y toda clase de órganos que contenían evidencias de un crecimiento anterior.
Concluyó que si Dios creó la Tierra tal como se describe en la Biblia, debió crearla como una “empresa en funcionamiento”. Con esta argumentación ya se podía explicar todo: las huellas de pisadas de animales prehistóricos, la lenta erosión, el plegamiento e inclinación de los estratos, los fósiles, los círculos concéntricos del tronco de un árbol, las líneas de crecimiento de las conchas, el ombligo de Adán y Eva, etc.
El mismo Gosse afirmaba que con esta argumentación podemos incluso suponer que Dios creó el mundo hace tan sólo unos minutos, con todas sus ciudades y registros, y con recuerdos en las mentes de las personas, y no existe una manera lógica de refutar esto como una hipótesis posible (como ya os expliqué. Ahora, la pregunta era si el creador había dejado todo ello con la intención de engañarnos. ¡Pobre Gosse! Quería quedar bien con todo el mundo y su libro no gustó ni a los creyentes ni a los ateos.
Pero bueno, todo lo dicho hasta ahora es harto conocido. La razón por la que os escribía este artículo es que si el ombligo es un problema, entonces, el idioma en el que hablaba Adán con Dios o con Eva también es un problema. Os dejo con la explicación sacada del libro “El científico curioso” (al que en un futuro dedicaré un artículo para comentarlo) de Francisco Mora Teruel, catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid.
¿Qué lengua utilizaron por primera vez Adán y Eva en sus conversaciones en el Paraíso y con el mismo Dios? ¿Acaso Dios no debió darles su propio idioma, el lenguaje a partir del cual derivaron todas las demás lenguas? ¿En qué idioma habló Dios a Moisés en el Monte Sinaí? ¿Lo hizo en hebreo? ¿Habló Dios a Jesús en arameo? Estas preguntas, a todas luces ingenuas para nosotros hoy, no lo fueron tanto para muchos Reyes y filósofos que a lo largo de la historia se preguntaron y reflexionaron sobre cuál sería, entre las miles de lenguas habladas, el idioma más natural del hombre. Es decir, aquel que lejos del aprendizaje del padre, de la madre o del entorno social, Dios dio al hombre en el inicio de su despertar como hombre para comunicarse por primera vez con sus semejantes.
Se han descrito muchas experiencias en las que se ha buscado descifrar y dar contestación a este enigma. Unas proceden de la fantasía. Otras, más documentadas, de experimentos realizados con niños. Otras, definitivas, las obtenidas más recientemente en seres humanos aislados completamente de otros seres humanos en los primeros años de su existencia. Se cuenta que tratando de contestar a esta pregunta un faraón de Egipto, Psammenthicus, y varios reyes, entre ellos el Rey Jaime IV de Escocia, aislaron a niños recién nacidos para comprobar después con qué idioma se expresaban y descubrir así el idioma más genuinamente humano y por tanto el más cercano a Dios. Pero quizá la historia más documentada es aquella del emperador Mogol Akbar Khan, a principios del siglo XVI, que mandó aislar varios niños recién nacidos al cuidado de personas sordomudas y con la prohibición absoluta de que nadie tuviese ningún contacto verbal con ellos. Cuando los niños crecieron los mandó llamar a su presencia. El Emperador, según describió un jesuita en su Historia General del Imperio Mogol en el año 1708, se rodeó previamente de gentes conocedoras de todas las lenguas para entre todas poder descifrar el lenguaje de los niños. Y fue entonces cuando el emperador descubrió que los niños no hablaban nada. Eran mudos. El idioma genuino del hombre, si acaso, era claramente el silencio. Hoy hay recogidas documentalmente historias de niños completamente aislados por sus padres o perdidos en la selva cuando no debían tener más de un año de edad. Cuando algunos de estos niños fueron encontrados con edades entre 4 y 6 años no hablaban absolutamente nada.
Se expresaban con contracciones extrañas de los músculos de la cara, raras vocalizaciones y gesticulaciones explosivas de los brazos. El caso de Johan recogido por unas monjas en un orfelinato de Burundi es ilustrativo. Se perdió en el período guerra entre watusi y hudu en los alrededores del lago Tanganika, allá por los principios de los años 70 y fue recogido por unos pastores que lo descubrieron viviendo en una colonia de chimpancés. El niño era mudo y andaba apoyado de brazos y piernas. A pesar de un intenso aprendizaje durante años no logró aprender a hablar. Y es que el lenguaje, el habla, no es algo con lo que se nace. Ciertamente, se nace con la potencialidad de hablar, es decir, se nace con un cerebro que alberga los circuitos neurales para el lenguaje, pero esos circuitos nunca van a funcionar a menos que se registre en ellos el habla de nuestros semejantes.
Sólo el aprendizaje logra convertir en hecho aquello que existe en potencia. Se nace con un disco cerebral en el que poder grabar pero que nada contiene si no se graba en él. En otras palabras, el habla no es patrimonio de un hombre único y aislado. El habla es un patrimonio social, es un bien común de todos los seres humanos. Bien común, además, adquirido a lo largo de varios millones de años de evolución del cerebro y no dado por ningún Dios en ningún momento determinado. Ya en el hombre de hace dos millones de años se ha podido reconocer las trazas de las estructuras cerebrales que posteriormente han dado lugar a los circuitos del habla. Y es posible que tan sólo sea hace unos 100.000 años que la corteza cerebral haya alcanzado los últimos peldaños de esa complicada escalera evolutiva que ha dado lugar al habla.
Sin duda que tanto el emperador Mogol como quienes hicieron estos experimentos desgraciados alcanzaron a contestar la pregunta sobre el origen del habla. Y la contestación es que si algún idioma Dios dio al hombre en sus orígenes es claramente el idioma de los gestos y el silencio. De lo que se deduce además, que no hay libro alguno que exprese, en ningún idioma, el verbo directo de Dios. Dios, si existe, es silencio y cualquier libro que hable de ese silencio ha sido filtrado por el cerebro humano. Y esto nos lleva a comprender que la interpretación humana de ese silencio, su desciframiento y su traducción en forma de lenguaje, es tan individual como lo es cada cerebro en cada uno de los más de seis mil millones de habitantes que pueblan la Tierra.
Comentarios recientes