Para lo tímido que soy, mi vida sentimental ha sido bastante, digamos, movida. Y es normal, si eres creyente, pedirle consuelo a Dios. Pero normalmente no nos quedamos en buscar consuelo, sino que le pedimos explicaciones: ¿Por qué? ¿Por qué me ha tenido que pasar esto a mí? Creo que esta reacción tan humana tiene mucho que ver con el problema del mal en el mundo, a una escala mucho menor, claro.
Si se intenta aplicar la lógica a algo que, al fin y al cabo, es una cuestión de fe, creo que podemos encontrar dos problemas.
El primero es la inocencia de Dios. Estuve hablando el otro día con Cimarra, un chaval de La Balsa, y me planteó la gran pregunta que todo el que se plantea la noción de Dios: ¿cómo permite Dios el mal en el mundo? La respuesta que yo le di, que no sé si es satisfactoria —dudo que haya una respuesta verdaderamente satisfactoria— es que Dios nos ha creado libres, y cada uno emplea su libertad de manera autónoma. Dios no tiene la culpa de nada de lo que hagan los hombres. No puede serlo, porque si no, no seríamos verdaderamente libres. Así pues, Dios es inocente.
Bien; y, entonces, ¿por qué Dios no hace nada por evitarlo? Pues porque no puede. Él mismo se lo impide. Si actuara, también coartaría nuestra libertad. Últimamente se está poniendo de moda entre las comunidades de mi parroquia hablar de un Dios todocariñoso, que a veces no puede hacer otra cosa que sufrir con nosotros. La única manera que tiene de actuar es mediante mediaciones, no directamente, así que no nos puede evitar el dolor. Sólo consolarnos y compartir nuestro dolor.
Así que, aunque en malos momentos haya estado tentado de echarle en cara estas cosas. ¿Qué te he hecho para merecer esto? ¿Por qué no me ayudas? La respuesta es: «Nada. Porque no puedo».
La libertad es un don, pero también un reto enorme.
—————-
Now playing: Enrique Urquijo – Historia de playback
via FoxyTunes
Comentarios recientes