El lunes pasado me fui de excursión a la sierra con algunos de los segundos de la ESO. Nos fuimos al valle de la Fuenfría, con la idea de recorrer la carretera de la República, disfrutar del paisaje del valle desde los miradores de los poetas, comer en Navarrulaque y volvernos a Parla.
Sin embargo, a Epi se le ocurrió que, puesto que todavía quedaba algo de nieve en los puntos más altos, podíamos intentar llegar hasta el puerto para que los chavales pudieran disfrutarlo, así que cambiamos los planes y echamos a andar, divididos en dos grupos. Yo tuve la «suerte» de no tener que elegir grupo, ya que de los dos segundos que doy, solo uno estaba allí ya que el otro no había llegado al mínimo de participantes y se había caído, así que me fui con mis alumnos.
Como siempre pasa en estas excursiones de senderismo, los chavales TIENEN que quejarse. Si no, no sería una verdadera excursión. Y, aunque nuestro grupo, en lugar de subir directamente por la calzada romana, nos desviamos por el sendero naranja por el que habíamos previsto subir hacia los miradores, fue por un camino más cómodo, las quejas fueron inevitables. Por supuesto, las que más se quejaban eran también las que más fotos se sacaban…
Cuando subimos hasta la carretera de la República, en lugar de torcer hacia la derecha, tomamos la izquierda hasta llegar al mirador de la reina, donde Isabel II («sí, profe, la del Canal») observaba los trabajos de repoblación forestal del valle. ¿Por qué a los reyes les gustará tanto ver montañas?
Llegamos rápidamente hasta el puerto, donde había toros. Bueno, no estaba muy claro que fueran machos, pero por los cuernos tan grandes, evidentemente tenían que ser cuernos. No había prácticamente nada de nieve, Epi nos había engañado o le habían engañado a él.
Teníamos previsto comer en el puerto, pero Epi pensó que podía ser una buena idea subir hasta el Montón de Trigo, así que Álvaro y yo nos fuimos con él y dos tercios de los chavales, mientras que Montse y Sandoya se quedaban en el puerto con el resto.
6 niñas decidieron quedarse en cuanto empezamos a subir, mejor así porque la subida, sin ser terrible, es larga y sostenida y se hace dura, sobre todo teniendo en cuenta que casi ningún chaval llevaba material adecuado. Afortunadamente, hacía buen tiempo, no había ningún problema e incluso cuando llegamos a los puntos más duros de la subida, una caritativa nube nos evitó la solana.
La subida es bastante recta, fuera de invierno no hay mucho problema de perderse porque el Montón de Trigo es en sí mismo un hito que no se pierde nunca de vista. Solamente me di cuenta ya cuando bajamos de que no es necesario subir al Cerro Minguete, sino que se puede rodear por el norte, la derecha según se sube hacia el Montón de Trigo. Sin embargo, ya puestos a que los niños hagan montaña, dos cimas mejor que una, ¿no?
La subida se puede hacer dura con calor, pero tuvimos bastante suerte con eso. El tramo final, a diferencia del resto de la caminata, es bastante técnico, lo malo de ir cerrando grupo es que no puedes evitar que los chavales se equivoquen tomando «atajos» que, en este caso, llevó a varias niñas con vértigo a tener que hacer un par de pasos complicados.
Esta vez me llamó la atención que algunos de los chavales garrulillos que inevitablemente hay en estas excursiones, en lugar de dedicarse a triscar como los wanabes de Sergio y compañía, estuvieron bastante pendientes de ayudar a las niñas. Sería por hormonismo, pero las niñas lo agradecieron igual.
Para mí fue una auténtica satisfacción ver cómo algunas de las personas (no solo niñas) que más habían sufrido en la subida eran capaces de levantar la cabeza entre mordisco y mordisco al bocadillo en la cumbre para disfrutar del paisaje. Algunos de ellos, creo, entendieron que parte de lo que pretendíamos con la excursión es que se den cuenta de que valen más de lo que creen y que pueden hacer más de lo que piensan. Alguna de ellas, a media bajada del pico, se dio la vuelta y sacó una foto para enseñársela a su madre por si no la creía.
La vuelta fue mucho más tranquila que la vuelta, e incluso cogimos un accidente menos que los dos de la ida, aunque el atasco fue más largo todavía. Llegamos más de una hora tarde, pero muy contentos.
Lástima que haya gente que se dice educadora que no entienda las bondades de este tipo de excursión. No hemos ido a un museo, no hemos ido a un teatro, pero creo que los chavales han aprendido bastante.
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