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Seamos realistas

Estos días está esta humilde bitácora abandonada (que viva el hipérbaton mal usado) debido al curso de profesores en prácticas. Vamos, que tengo excusa para no escribir porque mis superiores, en su superior criterio, han decidido que tengo que hacer un curso. Y conste que no me parece mal. Al contrario.

Pero ayer, en la segunda sesión que impartió don Santiago Sánchez Martín, volvió a salir un tópico que se repite una y otra vez: los profesores remamos contra corriente. Es decir, la sociedad tiene unos valores determinados y, sin embargo, se exige al sistema educativo (público y concertado, la privada es «otra cosa») que trabaje según unos valores diferentes.

Evidentemente, cuando Santiago dijo eso, las cabezas de todos los alumnos-profesores empezaron a cabecear su asentimiento. Pero a mí, que soy por constitución porculero, se me ocurrió darme la vuelta. Pero como también soy por constitución tímido, no lo dije en voz alta. Y me lo guardé para aquí.

La pregunta que me surgió es: ¿por qué seguimos insistiendo en remar contra corriente? Al fin y al cabo, como dice alguna definición que he oído (sí, en el mismo curso), el sistema educativo es un subsistema del sistema social. Y, lógicamente, un sistema no funciona si las partes que la componen no funcionan armónicamente.

Así que, seamos realistas. Dejémonos de leches, de atención a la diversidad y de paños calientes. Eduquemos a nuestros alumnos en la competitividad, en la inmediatez, en el corto plazo. Digámosles que el dinero es la única medida de su valor y que ayudar a los demás es de mariconas. Porque cuando salgan del instituto es lo que se van a encontrar. Y si no les decimos la verdad, lo van a pasar mal.

A lo peor alguno acaba queriendo ser profesor. Dios no lo quiera.

4 comentarios

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  1. Paúl, antes de comentar, necesito que me confirmes que la conclusión a la que llegas no es irónica.

    1. Sólo lee las etiquetas, pequeño saltamontes.

      1. Ah, vale, no me había fijado… En ese caso, simplemente comentaré que, tal y como están las cosas, empieza a parecerme difícil distinguir la ironía de lo que no lo es…

  2. Y el caso es que a mí me pasa lo mismo, quizás porque nos hacemos viejos y descreídos.
    Menos mal que los putos moros (como diría algún alumno mío) me han devuelto la esperanza en el ser humano estos días…

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