La siguiente fase de nuestro apasionante (para nosotros, no para ti, desocupado lector, me temo) nos llevó a Rouen. A Ruán, en cristiano.
El viaje hasta Ruán aparentaba ser más corto pero, quizás por el cansancio de la migración por España y Francia, fue bastante cansado. Una cosa que me gustó mucho ver es la cantidad de gente que conduce en Francia con bicicletas en el coche. Una cosa que hemos descubierto es que nos encanta la idea de turismo con bicicletas. Evidentemente, para grandes distancias no nos puede servir, pero para movernos en ciudades y quizás para ir a sitios cercanos es una idea buenísima. Además de barato, te sientes bien por las endorfinas. Y las ciudades europeas, en general, carecen de las cuestas que caracterizan a Madrid.
Pero volviendo a lo que decía… Muchos coches en carreteras y autopistas con portabicis. Nos llamó la atención. Y sobre todo, nos llamó la atención la, digamos, originalidad de algunos con las matrículas
No se acaba de apreciar bien porque tenía la cámara del móvil mal configurada y está pixelado, pero la matrícula está escrita a mano. Y no fue el único caso que vimos, pero este nos pilló en una retención y pude inmortalizarlo.
Llegamos a Ruán muy cansados y no hicimos gran cosa, solo dar un paseo por el centro, afortunadamente el hotel, un Ibis, no quedaba lejos de la zona peatonal. Eso sí, estaba en el límite de civilización: a la manzana en la que estaba no se le podía dar vuelta andando porque un lado era una autovía que marcaba el fin del mundo. Sin embargo, al otro lado estaba el Champ de Mars, una explanada chula con césped y una fuente. Sin embargo, la única foto que le saqué fue de de madrugón (estábamos en el filo de los parquímetros y según la manzana donde dejáramos el coche había que pagar o no y la mañana que saqué dicha foto fue porque había que moverlo) y con el madrugón la foto se convirtió en un un primerísimo plano de un dedo mío. Pero a lo que iba: dimos un paseo por el centro y descubrimos que en la catedral se proyectaba un espectáculo audiovisual y, después de cenar en un Quick (cadena de hamburgueserías que, como su nombre no indica, es francesa y, por lo tanto, me apetecía probar), nos fuimos a verlo. Y era precioso.
De hecho, había dos espectáculos. El primero, el mejor en nuestra opinión, tenía como tema los vikingos (véanse el barco de la primera foto y la proa de drakkar que aparece en la segunda). El segundo era menos espectacular, solo la última foto pertenece a él.
El siguiente día fue una paliza. Se me fue la mano y quise llegar a visitar demasiadas cosas. Lo hicimos, pero con mucha prisa y sin llegar a disfrutarlo como podríamos. El primer lugar al que fuimos es la ciudad portuaria de Le Havre. Fea. Lo más bonito que vimos entra en la categoría de satánico, sin duda: la iglesia de Saint Joseph. Aunque reconozco que a mí el ambiente del interior sí me gustó, y el hecho de que, como en casi todas las iglesias que visitamos, hubiera carteles informando sobre la historia del edificio.
Ah, bueno, tampoco era fea la plaza del ayuntamiento. Bueno, no es que fuera bonita, pero comparada con el resto, sobresalía. Unas esculturas de aves acuáticas muy… originales, se puede decir.
Quizás no se aprecia bien en el segundo plano de la última foto, pero esos edificios son, se supone un atractivo turístico, muestra de cierta arquitectura racionalista. Me reservo mi opinión. Bueno, no, que son gabachos: manda bemoles la orquesta que la oficina de turismo tenga que recurrir a este tipo de cosas para sacar «atractivos». Pero ejque si la ciudad es fea, pues es fea.
Y esto es solo un parte de un día. Otro ídem seguimos.
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