Que ya están llorando, coño. Y sólo es el Domingo de Ramos.
Lo que me fastidia de la religiosidad popular andaluza es que no tiene una miaja de espiritualidad y tampoco tiene consecuencias prácticas en la vida.
Para los andaluces no hay nada
más grande que la Blanca Paloma o el Cristo de los Gitanos. Pero ese «ser más grande» simplemente significa que lloran cuando la imagen no puede salir en procesión por las inclemencias del tiempo. Nada más. Dar palmas, sí. Interiorizar algún tipo de conversión (a mejor, se entiende), no.
Y es que lo importante de la Semana no son las procesiones. Las imágenes no son más que cachos de madera. Lo importante es recordar que alguien, hace casi dos mil años, decidió vivir de manera tan coherente con lo que predicaba que a los poderosos de aquella época no les quedó otro remedio que matarlo para intentar silenciarlo. Y, por suerte para mucha gente, no tuvieron éxito.
Y sí, hay gente para quien la expansión del cristianismo no fue una suerte sino todo lo contrario. Pero eso hoy no toca.
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