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Insultos en la vida pública

Ayer a mediodía llegué pronto a casa y puse la tele. No hay mucho que ver a esas horas, y acabé viendo el programa de María Teresa Campos; estaban de tertulia política.
El inefable Carlos Dávila defendía que el insulto es una tradición en todo Parlamento democrático, para justificar las andanadas de imprecaciones que Rajoy ha dedicado al presidente del Gobierno.
También ha sido tradición en España tirar cabras desde campanarios, ejecutar a los asesinos y dar golpes de estado contra la legalidad vigente (al menos desde Fernando VII). ¿Que algo sea tradicional lo convierte en respetable? Yo creo que no.

Por otra parte, me duele que el señor Rajoy, que ha acreditado una capacidad irónica insuperable, se haya rebajado al nivel que los hooligans de su partido —que los tiene, como todos los partidos— le exigían, con insultos de tan grueso calibre.

Y ya puestos, leí ayer en el diario gratuito 20 Minutos Madrid que Rajoy admitía que el pacto sobre presupuestos comunitarios era «el mejor posible», pero que esto no lo convertía en «bueno». Me acuerdo de una frase que me dicen mucho en el colegio: «Lo mejor es enemigo de lo bueno». Si era el mejor posible, ¿hay algo que reprochar a Zapatero?

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