Qué hacer si tus alumnos comen chicles

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El título de la entrada es demasiado optimista. Esto es solo un truco que yo uso y que me funciona en la ESO.

Los fines de semana sigo (me temo que ya por poco tiempo, me estoy haciendo mayor) echando una mano en el Centro Juvenil La Balsa, de los Salesianos de Estrecho. Esto supone seguir trabajando con jóvenes una vez que ha acabado mi jornada laboral. Alguien podría decir que estoy loco pero, al fin y al cabo, si me metí a profesor es por trabajar por jóvenes, así que «sarna con gusto no pica».

Una de las cosas de la que me estoy dando cuenta desde hace tiempo es que es difícil desconectar del instituto. La educación informal tiene requerimientos, tiempos y necesidades muy diferentes de la educación formal, y a veces cuesta pasar de una a otra. Y una de las cosas que más cuesta es desconectar del «Niño, tira el chicle».

Bueno, todo esto no es más que el exordio de lo que quería escribir, aunque me ha salido más largo de lo que pensaba. Así que vamos al grano.

La cosa es que el asunto de los chicles en clase es, seguramente, menos importante que otras cosas pero, como educadores, no podemos quedarnos solo en lo académico, sino (intentar) dar una educación completa. Y mi truco es sencillo: alumno al que pillo mascando chicle en clase, alumno que tiene que traer una multa de cinco chicles al día siguiente —además de tirarlo, claro—.

Los objetivos de esta tonterida son estos:

  • Evitar que los alumnos coman chicle en clase
  • Comunicar una norma disciplinaria de forma distendida. Poner un parte disciplinario por comer un chicle puede ser desproporcionado, mientras que traer cinco chicles les molesta pero nada más que eso.
  • Incentivar el buen comportamiento en clase, repartiendo esas multas.
  • Mejorar la imagen del profesor. Un profesor que reparte chicles cae mejor. Y no se me caen los anillos por afirmar que yo intento construir una relación lo más cercana posible a mis alumnos, aunque sin olvidar nunca quién es el profesor y quién es el alumno.

Los primeros días suelo tener problemas con estas multas, pero, en cuanto los compañeros de los chiclosos se dan cuenta de que reclamarles que traigan los cinco chicles puede ser bueno para ellos, los mismos alumnos se convierten en nuestros mejores aliados.

Y si un alumno se niega a traer la multilla, siempre nos queda recurrir al RRI y determinar que se ha cometido una falta leve o (si reinciden en desobedecer no trayendo los chicles) una falta grave, ya no por el chicle sino por la desobediencia reiterada. Pero en mi experiencia estos extremos no han sido necesarios.

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