¿Se puede llegar a ser futbolista gracias a tus contactos? ¿Se puede estar una vida dedicada al fútbol sin que esto sea lo tuyo?
Esta es la historia de Carlos Henrique Raposo, natural de Río de Janeiro, que estuvo 20 años siendo «futbolista» profesional a través de engaños y contactos, ganando dinero por ello y por infinidad de países.
De profesión estafador, Carlos, nuestro protagonista de hoy, era un genio en relaciones públicas, porque jugando al fútbol era malo según se cuenta. En los 80s los hombres de la élite del fútbol brasileña eran Bebeto, Romario, Carlos Alberto… Que eran tan buenos en el campo, como en las discotecas, lugar dónde nuestro protagonista se sabe mover de maravilla.
Así que con su don de gentes se hizo amigos de estos, que a base de su confianza les hacía meterle en los traspasos, a ello ayudaba, claro, un físico atlético, similar al de Beckenbauer según se contaba y de ahí su sobrenombre de Kaiser- y que evitaba sospechas de primeras.
Su primer contrato profesional fue en 1986, en el Botafogo. Gracias a Mauricio, un amigo en la infancia que era un referente en dicho club. En resumen, no jugó ni un partido.
«Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses»
Esas fueron las declaraciones de Carlos Henrique contando su experiencia en el Botafogo.
Entre «lesión» y «lesión» se pasó la temporada, y al año siguiente firmó por el Flamengo, dónde tenía otro amigo, Renato Gaúcho, ex-jugador de la Roma, en esta ocasión un entrenador relataba así la historia:
«Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses»
Y tras otra temporada, disputó los mismos minutos que la anterior, un cero redondo, para así seguir con su triunfante trayectoria. Aunque sus anécdotas en ese equipo no pasan de los trucos en el campo, también tenía que contribuir con su fama para poder seguir fichando por equipos,
Afirman en el Flamengo que llegaba a algunos entrenamientos con un enorme teléfono móvil –que entonces significaba gran clase social-, y hacía como que hablaba en inglés, afirmando que eran clubes europeos interesados en su fichaje. Sus compañeros y cuerpo técnico le creían, hasta que un doctor que había vivido en Inglaterra le entendió, y explicó que la conversación no tenía ningún sentido. Le preguntaron, y descubrieron que el teléfono era en realidad un juguete.
Carlos encontró en la prensa otro gran aliado, ya que en ese entonces influía mucho más que ahora, ya que en los periódicos era la única manera de conocer jugadores, no había webs dónde ver vídeos del futbolista en cuestión. Así relata el propio Carlos como dominaba este sector.
«Tengo facilidad en hacer amistades. A muchos periodistas de mi época les caía bien, porque nunca traté mal a nadie». Algún regalo, o alguna información interna, también ayudaban. La prensa le premiaba con artículos hablando del «gran futbolista».
Al siguiente año sacó de Brasil su engaño y se fue a México, ahí siguió acumulando partidos sin jugar, en este caso en el Puebla, y cunado terminó su contrato se fue a El Paso, de E.E.U.U.
«Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante ese periodo».
Esta era su táctica en la mayoría de casos para cobrar y seguir siendo futbolista o timador, como lo queráis llamar.
En 1989 vuelve a Brasil y ficha por el Bangú, dónde viviría unas de las mejores anécdotas que le definen.
Era un partido de la 2ª vuelta, y la plaga de lesiones hace que Carlos vaya convocado, y la mala suerte hace que en la 2ª parte salga a calentar, situación que no le había ocurrido nunca, en ese momento hizo, seguramente, una maniobra genial, pelearse con un aficionado para ser expulsado.
Al terminar el partido y que su entrenador llegara al vestuario seguramente a regañarle, nuestro genio hizo estas declaraciones delante de todos sus compañeros y cuerpo técnico:
«Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre –refiriéndose al técnico- no dejaré que ningún hincha le insulte»
El entrenador, emocionado le dio un beso en la frente y le renovó seis meses más, desde luego una jugada maestra.
Y gracias a todos los amigos que tenía, se pasó los siguiente años entre diferentes equipos brasileños, lo que nunca cambiaba eran sus minutos de juego, ni uno, como siempre.
A estas alturas te habrás preguntado como tenía tantos amigos, él mismo nos lo explica:
«Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos dos pisos debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras».
Ricardo Rocha, un famoso ex-futbolista brasileño comentaba esto sobre Carlos Henrique:
«Es una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó un domingo a las cuatro de la tarde en Maracaná»
Y después de pasar por más clubes brasileños llega al Ajaccio francés, en esta época, un brasileño en Europa era sinónimo de éxito, aquí se rompería su récord, dónde si llegó a debutar, aunque no jugaría más de 20 minutos por partido.
Tras volver a Brasil y un fugaz paso por Independiente, club muy laureado en Argentina a los 39 años colgó las botas, casi 20 años de éxito en el mundo del fútbol. Carlos nos dejó esta frase en la que tiene más razón que un santo:
Historia larga, pero merece la pena leerla, muy curiosa y graciosa