Estas Navidades decidimos mi familia y yo pasarlas en un alojamiento rural y nos fuimos a Riopar (Albacete).
Hacía bastante frío, pero es un lugar precioso y perfecto para desconectar de la ciudad, de los ruidos y de los móviles (eso por necesidad porque la cobertura era escasa o nula). Las cabañas donde nos alojamos eran preciosas de madera y con una chimenea, hasta ahí todo muy bonito. Decidimos bajar al pueblo y allí descubrimos una agencia que organizaba actividades y excursiones por la zona y allí que fuimos. Reservamos dos actividades: una era excursión por la zona en quad, yo no sabía ni que era eso y descubrí que es una moto de cuatro ruedas y la otra era el boom de la zona, excursión a la cueva del reventón.
Excursión a la cueva del reventón
Mi padre tenía mucho interés en esta excursión porque el de joven fue montañero. La excursión era todo el día. Comenzamos muy temprano en un punto de recogida, éramos siete personas (mi familia, una pareja, y el guía). Al comienzo nos dan a cada uno una mochila que pesaba como si llevara todos los libros y más (unos diez kilos) era el material necesario (traje de neopreno, queroseno, cascos, zapatillas agua, etc.) y con esta carga tuvimos que andar durante cinco kilómetros ladera arriba de la montaña, tardamos más de una hora, ya cuando llegamos a la cueva estábamos reventados (imagino que de ahí viene el nombre de la cueva, reventón) pero ilusionados. Nos pusimos los trajes, las zapas, el casco, arneses, cuerdas, parecíamos una mezcla de montañeros y mineros pero con risas hasta nos hicimos fotos para inmortalizar el momento.
Al entrar en la cueva ya vimos que había mucha agua y estaba llena de guijarros, comenzamos a andar y después de cuatro o cinco horas pasando por sitios estrechos y peligrosos y con las manos despellejadas de agarrarnos donde podíamos, hicimos una parada para “comer”, todos hambrientos y el guía saca de un bote estanco unas chocolatinas y las reparte, una para cada uno, se nos queda cara de lelos, y esto es la comida, pensamos, pues vaya, pero bueno con alegría, esto unido a que cada dos por tres el queroseno que tenemos en forma de llama en el casco se apaga y tenemos que buscar un compañero, arrimar cabezas para que vuelva a prender y tener luz.
Comenzamos el viaje de vuelta, ya cansados y con ganas de ver luz solar, pero vemos que cada vez hay más agua dentro de la cueva y la cara del guía es un poema, asustados continuamos y tenemos que pasar a nado por un sitio que nos cubría enteros hasta la cabeza, la cual a su vez pegaba con el techo de esa parte de la cueva, ¡¡qué horror!!
La mujer que venía con nosotros entró en estado de pánico y no se movía y ahora que hacemos, entre mi padre y el guía y muy despacio consiguieron que avanzara pero perdíamos mucho tiempo ya llevábamos más de ocho horas ahí dentro y lo que nos faltaba… el guía nos dice que no queda más queroseno y teníamos unas llamitas enanas y rezando para que no se apagaran. La señora comenzó a llorar de pánico y no avanzaba casi nada, y cada vez con más agua dentro de la cueva, llegamos a una zona donde dice el guía que hay que rapelar y con tanto agua no encontrábamos apoyo, todo era resbaladizo, hasta el guía ya se ve desbordado por la situación y menos mal que la experiencia de mi padre como montañero le permite coger las riendas de la situación y prepara las cuerdas para hacer un descenso de un kilómetro. El prepara todo y baja el primero, el guía nos va asegurando y vamos bajando uno a uno, la señora la tuvieron que bajar soltando la cuerda porque era un peso inerte y no ponía de su parte. Mientras mi padre miraba hacia arriba para ir ayudando, cuando le toca al marido al ponerse al borde, desprende con el calzado un montón de piedras que caen sobre mi padre y una de ellas cae en el ojo, produciéndole una grave herida. Una vez abajo continuamos andando dos kilómetros y llegamos a las nueve de la noche por fin a la salida de la cueva guiados ya por mi padre. Estábamos agotados, hambrientos, mojados y asustados y la mujer seguía llorando. ¡¡Qué alegría ver el exterior!! Nos quitamos el traje de neopreno y otros cinco kilómetros ladera abajo hasta llegar a la cabaña. De allí nos fuimos al hospital más próximo y le hicieron curas en el ojo a mi padre, le pusieron una pomada y se lo taparon, al día siguiente teníamos que volver a revisión y así lo hicimos.
Respecto al guía nos pidieron disculpas y nos regalaron un video de la cueva y a punto estuvimos de denunciarlo por falta de profesionalidad del guía; está claro que si no es por mi padre no salimos de la cueva, que recibió el agradecimiento de todos los presentes.
Al día siguiente se acabaron las vacaciones accidentadas y regresamos a Madrid, mi padre visitó al oftalmólogo y todo bien.
¡¡Menudo susto!! Fueron unas vacaciones accidentadas y que nunca olvidaremos.
Alejandro Piedras Sanz