Bueno, bueno, ¡menudas Navidades! ¡Qué genial fue ir a esquiar a los Alpes! Jamás olvidaré aquella tarde tomando chocolate, frente a la chimenea, con mi padre leyendo el periódico en el sillón izquierdo, con su bata burdeos de terciopelo… Ah no, que no. Que estas Navidades estuve comiendo purés fríos. Eso sí que está bueno, y no el chocolate. Yo, literalmente, sí que estuve en la cama todo el día. (Alicia, no seas dramas, que ha sido llevadero). Eso sí, mi otorrinolaringóloga me ha defraudado. Me aseguró que podía comer todos los helados que quisiese. Helados. En inverno. Muy apetecible, ¿verdad?
En resumen, eso ha sido lo más interesante de mis vacaciones, purés fríos. Ah bueno, que se me olvidaba, también me dejó mi novio.
Pero en mi cabeza sí que han pasado cosas interesantes. Me he dado cuenta de que yo, mentalmente, ya había roto nuestra relación desde hacía meses. También he descubierto que un amigo, es un tesoro. El refrán no es mío, aquí entre nosotros, pero lo reafirmo. Y puedo gritar a gusto que tengo bastantes tesoros, de los de verdad. Tesoros puros, de esos que jamás quieres perder.
Al contrario que con los amigos, me he dado cuenta de que la familia no siempre es lo que parece. También te puede hundir, y puede hacerle la vida imposible a tu madre. En la sangre no siempre se llevan los mismos valores, supongo.
Así que, citando un ejercicio que una antigua psicóloga de mi madre le recomendaba a menudo y que, a su vez, ella me ha enseñado a mí; he hecho limpieza en mi jardín. En el jardín de mi mente, en el que a veces es necesario arrancar las malas hierbas, porque si no, no dejan espacio a las verdaderas flores, a las más bonitas.